La domesticación (fallida) del monstruo

Bride of Frankenstein (1935) es la segunda entrega de la película estrenada en 1931 que cuenta la historia del ser creado por la ciencia, y en la literatura por Mary Shelley. De nuevo dirigida por James Whale y producida por Universal, la narración abandona el tono lúgubre y se vuelca más al entretenimiento.

Por Nicolás Bianchi

Tanto el monstruo, que aquí sí pasa a llamarse oficialmente Frankenstein, como la película denotan un grado de autoconciencia total. El film cuenta con una breve introducción en un palacio del siglo XIX en el que la autora Mary Shelley dialoga con dos amigos sobre el éxito de su novela. A la manera de aquella introducción de los relatos infantiles que decía ‘había una vez’, la escritora asegura que la historia no se termina allí en el molino donde un pueblo entero intenta matar con fuego al monstruo sino que hay más.

Frankenstein vuelve a la pantalla rápidamente, con un par de muertes veloces que lo ponen en el centro de la escena. La segunda entrega ya no es un relato de iniciación, en la que el personaje central tardará en aparecer sino que el monstruo se encuentra totalmente desarrollado. El terror deja paso al entretenimiento o las aventuras. Tanto la puesta en escena como la cámara abandonan la búsqueda de la generación de miedo por algo más liviano, aunque igualmente de logrado que en la versión anterior.

Frankenstein encuentra la amistad, el placer y la educación en un fraile ciego y ermitaño.

Así es como el monstruo vagará por el bosque y continuará descubriendo facetas de la vida que le son desconocidas mientras en paralelo avanza otra trama, la que junta a dos científicos. Henry Frankenstein (Colin Clive), ya recuperado de los golpes que le infligió su creación, recibe la visita del Doctor Pretorius (Ernest Thesiger), otro inventor tan desbalanceado como él que también persigue la posibilidad de crear vida. En este caso Pretorius logra unas miniaturas realmente cómicas (un rey, una princesa, un arzobispo y un diablillo) pero aspira a más. Quiere construir una pareja para poder domar al monstruo.

Mientras tanto la fe pone en su lugar al desorden creado por la ciencia. Frankenstein llega a una cabaña en el bosque habitada por un monje ciego, Hermit (O. P. Heggie), que adopta a la criatura como un amigo. El costado malévolo del monstruo es dejado de lado. El personaje se humaniza porque la religión lo educa. Hermit le enseña algunas palabras que el monstruo aprende a repetir con tosquedad, lo alimenta, le enseña a fumar y a beber y lo provee de un lecho donde descansar. Todo funciona hasta que irrumpe nuevamente el pueblo secular, a través de dos cazadores que casualmente llegan a esa morada, y nuevamente comienza la persecución.

La novia, nacida solo con ese propósito.

Como si la monstruosidad nunca pudiera ser aceptada las acciones confluyen hasta un desenlace similar al de la primera entrega. En vez de terminar encerrado en un molino con su creador Frankenstein llega a la torre donde los científicos diseñan su pareja. El experimento sale bien pero no lo suficiente. La monstruosa doncella que cobra vida de la misma manera que Frankenstein rechaza la compañía de quien sería su igual. El final, entonces, se presenta con cierta ambigüedad.

Se podría pensar que el estallido de la torre, como la quema del molino en la primera película, significa el final del monstruo, el fin de la aberración que en este caso está dada por duplicado. Pero en Bride of Frankenstein el personaje abandona el rol de aberración total y se humaniza. Es imposible no empatizar con la criatura que disfruta de sus primeras pitadas de tabaco y sus primeros tragos de vino. Ahí nomás siente la necesidad de la pareja, porque sigue los preceptos católicos en lo que refiere a la vida en familia. Pero toda esa buena liviandad se corta cuando la torre estalla con una explosión que recuerda que lo monstruoso no puede abandonar su condición. Hay cuestiones que ni la fe más acérrima puede torcer.

Afiche de la película (1935).

La película está disponible online aquí.

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