La marea trae pescado podrido

Verónica Chen narra en Marea alta (2020) un conflicto clasista y de género. La película, que exhibe varias destrezas visuales, se desarticula por el trazo grueso con el que se construyen los personajes y el conflicto.

Por Nicolás Bianchi

Mostrar a personajes de diferentes clases sociales, o géneros, que interactúan entre sí en relaciones donde se juegan situaciones de poder y control no es condición suficiente para dar una opinión o expresar un problema. Para ello es necesario articular imágenes y palabras de manera tal de provocar mensajes sugerentes, o explícitos si es el caso, sobre el debate que se quiere señalar.

El trazo grueso e incluso grosero con el que está delineado el conflicto en Marea alta (2020) provocan que la película, más que denunciar desigualdades y diferencias, incurra, quizás sin intención, en actitudes discriminatorias. La cámara de Chen, de todas maneras, es dirigida con la suficiente habilidad como para mantener la tensión hasta el desenlace. En otras palabras, no es una película que den ganas de levantarse y dejar de verla, pero sí es una obra que deja un regusto agrio y la sensación de que el núcleo de lo visto no está bien construido desde lo argumental.

Laura (Gloria Carrá) baila sola dentro de la casa.

Las imágenes comienzan desde el mar, desde la marea, y por medio del movimiento de un dron, que primero sobrevuela un bosque, la cámara se aproxima a una casa amplia y moderna. En la entrada hay una obra y se escucha una cumbia latosa. Dentro del hogar Laura (Gloria Carrá) baila un hip hop tecno. La primera diferencia está marcada por lo sonoro, por la música de uno y otro mundo.

Mientras Laura toma vino en un copón, afuera un hombre la observa, esnifa cocaína y luego entra. Es Weisman (Jorge Sesán), el capataz que lleva adelante la reforma en el quincho. El mundo de cumbia y merca ingresa en la casa de Laura. Bailan, se seducen, parecen buscarse pero colisionan cuando Weisman le susurra groserías. ‘Cuando hablo la cago’, dice el personaje sobre él pero también se podría aplicar a la película. Cuando Marea alta habla, cuando los personajes dialogan, la narración se embarra.

Al día siguiente Weisman despierta junto a Laura, se viste apresuradamente y se va, para evitar, según dice, que sus compañeros lo vean. Es inútil. Hueso (Héctor Bordoni) y Toto (Cristian Salguero), los albañiles, ya están semi escondidos entre los arbustos de la entrada y saben lo que pasó. Lo que va a seguir es un acoso constante y creciente de ellos hacia Laura, a quien le perdieron el respeto por tener sexo con su jefe. Como las groserías de Weisman al comienzo, los insultos sexistas de Toto contra ‘la doña’ se repiten hasta la náusea. Los albañiles la espían cuando se baña, se masturban con su ropa interior, la acosan en cada contacto. Los conflictos binarios quedan establecidos rústicamente: dos hombres de clase trabajadora contra una mujer rica. Clases y géneros.

Toto, el albañil que es mostrado como un depravado, prácticamente como un salvaje.

Tan torpes como los diálogos son los estereotipos dentro de los que se encasilla a los personajes, particularmente a Toto, el más ‘zarpado’ de los dos albañiles. El joven no tiene otra motivación que el consumo de sustancias diversas y el sexo. Cuando habla, o insulta o da cuenta de un léxico exageradamente marginal. Los primeros planos sobre su rostro resaltan y exageran sus características. Toto es mostrado como un ser unidimensional, prácticamente bestial. Los recursos se repiten durante todo el film. La cumbia anuncia las ominosas presencias de los obreros cada vez que Laura llega a la casa. ¿Es lo que el personaje de la mujer rica ve o lo que realmente es? Si bien el punto de vista de la narración es el de Laura no hay, en ningún momento, un indicio sobre una mirada que no sea prejuiciosa. Los albañiles son monstruosos, villanos, acosadores viciosos.

Laura debe resistir los avances de los trabajadores y conseguir que la obra llegue a término para poder sostener el control ante la presencia telefónica de su marido. Los hombres la cercan, la amenazan. En el desenlace su personaje cae en la misma tosquedad con que se construyeron los demás roles en la película. Marea alta redunda tanto en lo que quiere exhibir que toda su faceta meta textual se desdibuja, se torna tan grosera como las acciones de sus personajes.

A pesar de lo señalado, la película tiene una presentación visual atractiva, unas tomas precisas de la casa moderna con sus ventanales que a veces funcionan como lugar seguro o prisión para Laura, y una escena lograda de una caminata por la playa en la que la protagonista se cruza con un pescado muerto en descomposición que la marea arrojó a la playa, y que funciona como anticipo visual, siembra lo podrido, aunque lamentablemente luego, lo podrido se adueña de todo.

Afiche de la película (2020).

Marea alta se presentó el enero en el festival de Sundance. Quien quiera verla puede dirigirse por aquí.

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