Un giro equivocado

Equivocarse en el camino es lo que dispara el conflicto en The Bonfire of the Vanities (1990), conocida en castellano como La Hoguera de las Vanidades, película un tanto fallida de Brian De Palma que contó con un gran presupuesto y elenco.

Por Nicolás Bianchi

Todos alguna vez pueden equivocar el camino, doblar en donde no correspondía y, a raíz de tal acción, verse entrometidos en un problema de dimensiones impensadas. Eso es lo que le sucede al protagonista de la película en la ficción, que está basada en una novela de Tom Wolfe, y al director en la realidad ya que no logró plasmar el espíritu de la historia que se aventuró a contar.

La línea argumental de The Bonfire of the Vanities podría haber sido asimilable a la de películas contemporáneas como Wall Street (1987) e incluso a la muy posterior American Psycho (2000), pero el producto final resultó en una obra desabrida y exculpatoria de su principal personaje. El corredor de bolsa Sherman McCoy (Tom Hanks) es finalmente la víctima de las vanidades de todo el resto del mundo, más allá de sus propios pecados, los que seguramente el libro original eligió resaltar como no lo hace la película.

El decadente periodista Fallow.

Más allá de un individuo lo que se propone la narración es criticar un estilo de vida superficial, materialista, desapegado de la realidad, de millones de dólares obtenidos sin esfuerzo mayor que el de un par de operaciones bursátiles por día. Existencias que no tienen otro propósito que no sea el de acumular y ostentar objetos que brillan. La película no lo logra.

El narrador de los hechos es Peter Fallow (Bruce Willis), un periodista borrachín devenido en escritor, que comenzará a relatar la caída estrepitosa del súper millonario McCoy, que además significó su ascenso. Seguramente la primera secuencia de la película, un plano secuencia muy bien logrado en el que Fallow, exudando lujuria y tambaleando por el alcohol, ingresa a un hotel cinco estrellas para la presentación de su libro, sea lo mejor de la película.

Sobre todo en esta escena, pero no solo, De Palma demuestra que su habilidad visual para contar es prodigiosa. Luego cuando McCoy junto a su amante Maria (Melanie Griffith) se entreveran sin querer en las calles del Bronx, dan el mal giro y en el apuro parecen atropellar a un joven negro, la cámara del director también cuenta de manera brillante.

El matrimonio basado en las apariencias que interpretan Kim Catrall y Tom Hanks.

El problema de The Bonfire of the Vanities está en el terreno de los significados, en cómo luego con el juicio que preside Leonard White (Morgan Freeman), esa supuesta crítica a un estilo de vida, y con ella cualquier densidad narrativa, se pierden justamente en una hoguera de vanidades impersonales, igualadoras. En algún momento de los largos 125 minutos del film todo empieza a dar lo mismo.

Las actuaciones del rimbombante elenco nunca encajan. Hanks está encasillado en una comedia melodramática, Griffith en un estereotipo de rubia sexy y tonta llevado al extremo, Willis en una comedia negra y decadente y Freeman en un tono absurdo, como si fuera el rector de un manicomio. Con ciertos logros formales innegables la película falla en lo más importante, la sustancia.

Afiche de la película (1990).

La película está disponible aquí, con estos subtítulos.

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