Érase una vez en la Francia ocupada por los nazis

Tal es el título del genial primer capítulo de la película Inglourious Basterds (2009) de Quentin Tarantino, en el que se presenta al villano Hans Landa (Christopher Waltz). Luego el film no recupera ni la espesura ni la tensión de esos 20 minutos iniciales.

Por Nicolás Bianchi

Tarantino comienza su film con un par de tomas preciosistas. Primero, contra un cielo celeste diáfano, un hombre, el padre de familia, corta leña. Luego una mujer que tiende la ropa aparta una sábana y ve, a lo lejos en un camino serpenteante, como avanza un pequeño grupo de vehículos nazis. El peligro se aproxima a romper con la paz del hogar ubicada en la verde campiña francesa. El señor Lapadite (Denis Ménochet) espera la visita como un condenado a un verdugo. Ordena a sus hijas que ingresen en la casa y se lava la cara con agua.

El coronel Landa desciende de uno de los autos y se muestra ampulosamente educado. Se comporta como si fuera un invitado de honor en la propiedad del francés, lo que refuerza su posición de autoridad y empieza a develar ciertos rasgos perversos en el personaje. Se invita a pasar adentro del hogar, elogia la belleza de las hijas de Lapadite y cuando le ofrecen vino pide leche. Toma un vaso de un solo trago y elogia la calidad del producto. Ya no puede haber dudas, Landa es siniestro.

Por la campiña francesa avanzan los invasores nazis.

En un segundo momento, con sus afectaciones que ya son características, Landa le solicita a Lapadite continuar la conversación a solas. Las muchachas salen de la casa, por lo que los dos hombres quedan enfrentados y sentados en una mesa. Hasta aquí habían hablado en francés. Landa ofrece disculpas porque dice que sus conocimientos del idioma se agotaron. Prefiere continuar el diálogo en inglés. Lapadite asiente. El oficial nazi le pregunta al francés si sabe cuál es su tarea por esos lares. Lapadite lo caracteriza: es el encargado de encontrar a los judíos que están fugitivos de las tropas de ocupación.

Landa, entonces, comienza con un procedimiento burocrático. Siempre con prolijidad saca unos papeles de su portafolio y un tintero con el que carga una pluma. Le informa a Lapadite cuáles son las familias de la región que son sindicadas como judías y hace hincapié en los Dreyfuss, de los que no se sabe nada. Lapadite asiente. Son judíos y no se sabe nada de ellos, se rumorea que están en España. Landa lo interroga sobre los nombres y las edades de los integrantes de la familia. Mientras Lapadite responde mediante un plano detalle se muestra la excelsa caligrafía de Landa al escribir, lo que resalta su meticulosidad. La cámara entonces comienza un rodeo, pasa por la espalda del nazi y llega a la figura del francés. Comienza a bajar por la pierna, el zapato y atraviesa el piso. Bajo el suelo de madera están escondidos los Dreyfuss, cada uno con una mano en la boca para no emitir ni el más mínimo sonido.

Hans Landa (Christopher Waltz) maravillado por la calidad de la leche que le ofrecen.

La imagen vuelve a la conversación entre Landa y Lapadite. El villano, ya es muy evidente que ocupa ese papel, pide un vaso de leche más antes de irse, mientras continúa deshaciéndose en elogios. El personaje del francés parece sentir que va a atravesar la situación sin inconvenientes. La visita del nazi parece concluir. A los espectadores se les marcó, desde un principio, todo lo contrario.

Landa, entonces, revela todo su cinismo. Elabora una comparación en la que pinta a los alemanes como águilas y a los judíos como ratas. Se pausa y le pregunta a Lapadite si sabe cómo lo llaman. ‘El cazador de judíos’, responde. Landa dice estar orgulloso de su sobrenombre, lo lleva con honor porque eso significa que hace bien su trabajo. Los alemanes solo piensan como tales, como águilas, la diferencia es que Landa dice poder pensar también como un judío, como una rata. Lapadite, que fuma tabaco en una pipa rústica, empieza a mostrar algunos rasgos de preocupación. Landa, a su vez, saca su pipa, lustrosa, enorme, extravagante. Al encenderla el volumen de humo que desprende es mucho mayor del que sale del rústico elemento del francés. Es una comparación sin paralelismos.

El cazador de judíos le dice al francés que lo que corresponde es que los soldados, que esperan afuera de la casa, ingresen y revisen todo para terminar con el procedimiento, aunque que si él colabora los nazis se lo van a reconocer y no va a ser investigado. El rostro de Lapadite colapsa en una mueca que delata su complicidad con los judíos. Landa lo abrumó. Ahora el nazi pide que le señale bajo qué parte del suelo se esconden. Lapadite, derrotado, obedece.

La derrota en la cara de Lapadite (Denis Menochet).

Landa entiende que los judíos no hablan en inglés. Voy a volver al francés, usted disimule, le ordena a Lapadite. El nazi comienza un parlamento de despedida, en el que le agradece al anfitrión por su hospitalidad y su leche, mientras abre la puerta y mediante señas ordena el ingreso de soldados con ametralladoras. En ningún momento para de hablar en francés. Cuando finalmente dice ‘adieu’ sus subordinados descerrajan sus armas contra el suelo de madera, el cual prácticamente destruyen.

Desde arriba, como un águila, Landa observa movimientos abajo, donde, como una rata, una mujer se arrastra hacia la salida del sótano al exterior. Es lo suficientemente rápida como para escapar corriendo por la campiña. Tarantino vuelve a las escenas preciosistas del paisaje con las que comenzó el capítulo. En vez de los nazis que se aproximan, ahora una joven mujer (Melanie Laurent) con la cara desfigurada y cubierta de tierra y sangre huye a toda velocidad. ‘¡Au revoir, Shoshanna!’, exclama Landa, que no la conoce pero sabe quién es por los datos que le brindó Lapadite. Hay una media sonrisa en su rostro. El halcón disfruta de su morbosa tarea de cazador de ratas.

La sección es brillante por donde se la mire. La potencia del personaje de Landa queda impresa en la película hasta el final. Inglourious Basterds se extiende por dos horas más en las que el relato nunca recupera esa fuerza y esa precisión. Pero esa, como la que Tarantino imagina para el régimen nazi y sus jerarcas, es otra historia.

Afiche de la película (2009).

Inglourious Basterds se consigue con facilidad, con estos subtítulos.

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