Revisionismo edulcorado, pacatería y sopor

Dances With Wolves (1990), protagonizada y dirigida por Kevin Costner, construye una épica individual alrededor del contacto en la frontera estadounidense entre los blancos y los sioux. Todos los personajes responden a estereotipos muy trillados y la película resulta previsible de principio a fin.

Por Nicolás Bianchi

Nadie jamás podría acusar a Dances With Wolves de ser una película provocadora. Más bien se trata de todo lo contrario. Lo pretendidamente normal hecho aún más normal. El estándar que busca apartarse de cualquier discusión encontrando puntos medios absurdos. La Academia ingresó a la década de los 90 premiando con el Oscar a una película que en casi cuatro horas de duración tiene como escena más tensa la de un grupo de soldados tratando de acertarle un tiro a un lobo manso.

Todo lo demás se adivina en los primeros minutos. John Dunbar (Kevin Costner) es un héroe de la Guerra de Secesión que escoge ser asignado a una posta en el extremo más alejado de la frontera, a tal punto que el fuerte consiste en unas cuantas maderas apiladas que dan forma a una vivienda precaria. La única guarnición es él. Allí el hombre, en soledad, armoniza con el ambiente e intentará pronto confraternizar con las tribus sioux.

Un indio sabio y otro violento entablan diálogo con el hombre blanco.

Los personajes de los indios responden a los clichés más comunes que se puedan imaginar. Kicking Bird (Graham Greene) luce como un hombre sabio y curioso que se esfuerza por entablar algún tipo de diálogo con Dunbar. En contrapartida, Wind In His Hair (Rodney A. Grant) es recio y siempre parece presto a resolver todo por medio de la violencia, aunque nunca llega a ese extremo.

Con ellos vive Stands With A Fist (Mary McDonnell), una mujer blanca que de niña se llamaba Caroline y que fue criada por los sioux. El personaje es además el interés romántico de Dunbar porque el film ni siquiera se permite el atrevimiento de mostrar un beso entre una pareja que no esté conformada por blancos, por más que durante buena parte del metraje estén disfrazados de indios.

El sexo y la violencia que muestra la película no despiertan ningún tipo de emoción. El momento romántico es al calor del fuego dentro de una tienda. Es anodino, breve y absolutamente lívido. Pronto un grupo de niños indios comenta que Dunbar y su pareja están buscando un hijo, para despejar cualquier posibilidad de goce por el goce mismo. Luego se sucederán algunos conflictos con indios y blancos malvados.

La mujer blanca criada por los indios.

A los indios, de otra tribu, que atacan a los que, supuestamente, son moralmente mejores por trabar amistad con Dunbar, ni siquiera se les da entidad política. El relato en off del protagonista cuenta que guerrean para conseguir alimentos para el invierno y proteger a sus mujeres e hijos, como si fuera simplemente una cuestión de supervivencia primal. A los blancos la película sí les concede al menos la cualidad de la vileza. Repelen a los indios, a todos porque no los distinguen, disparan a los animales que se cruzan en su camino y buscan enjuiciar a los blancos como Dunbar que se hacen pasar por algo que no son.

El personaje interpretado por Costner busca situarse en un punto medio insulso, adaptado a vivir con su mujer blanca entre indios, resignado a lo que se presenta como una cultura menor que se impresiona incluso ante algo tan simple como un molinillo de café. El rescate que intenta una leyenda impresa sobre el final y que refiere a la cultura de los sioux en las praderas de Norteamérica es solo el último paso hipócrita de una obra soporífera, pacata y edulcorada, sin mayor valor narrativo que el de recrear mediocremente una serie de clichés hollywoodenses para intentar lavar un proceso de conquista que se hizo a sangre y fuego.

Afiche de la película (1990).

Está disponible en distintas plataformas y también se consigue online. Contacto: elgolocine@gmail.com.

Deja un comentario

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar