El segundo hogar es el Estado

Planta Permanente (2019), película argentina dirigida por Ezequiel Radusky, cuenta la historia de dos empleadas públicas de limpieza que intentan progresar dentro de la estructura del Estado pero todo se complica cuando una nueva directora llega a la repartición.

Por Nicolás Bianchi

De lo más grande y amplio a lo más pequeño, Planta Permanente es una película que funciona en distintos niveles. Quien quiera buscar allí indicios de una mirada actual sobre el Estado y las distintas facciones que lo gobernaron en los últimos años las podrá encontrar. También se brinda un examen sobre el trabajador público distinto al estereotipo de la empleada popularizado por el comediante Antonio Gasalla en los 80 y los 90. Las y los trabajadores de Planta Permanente trabajan, cumplen, valoran el lugar en el que se encuentran.

Pero fundamentalmente el film, el segundo en la filmografía de Radusky, da cuenta de una historia de amistad y desengaños, de compañerismo y desunión, que es la que recorren las dos protagonistas. Lila (Liliana Juárez) y Marcela (Rosario Bléfari, en su último trabajo actoral) son empleadas de limpieza, compañeras y compinches. La hija de una es la ahijada de la otra, y además juntas regentean un comedor precario ubicado en un depósito abandonado de la Secretaría de Obras Públicas provincial. La falta de especificación sobre la provincia, el partido político que la controla o cualquier otro detalle de la oficina señalan que se trata de una repartición modelo que podría ser cualquier dependencia del Estado.

El comedor dentro de un depósito olvidado, el pequeño proyecto de las protagonistas.

El próspero negocio de las amigas y socias recibe un golpe cuando una nueva directora (Verónica Perrotta) asume en el cargo y decide realizar algunos cambios tanto en la administración del espacio como del personal. Ambas, que son las que conocen a todos los empleados y todos los rincones del lugar donde trabajan, intentan una maniobra fallida para que le renueven el contrato a la hija de Marcela, que es la ahijada de Lila. Ese incidente provocado en parte por el ajuste que realiza la nueva administración, y en parte por la torpeza de ellas las lleva a pelearse.

La actuación de las tres mujeres que llevan los personajes centrales es extraordinaria. Lila es una tucumana que habla pausado y busca agradar con su estilo calmo a todos los que necesita que la apoyen para un nuevo emprendimiento gastronómico dentro de la Secretaría, para lo que también busca la aprobación de la directora. Marcela, más porteña y visceral, atraviesa una crisis personal y de pareja. Es más directa y temperamental. Por último la personificación de la directora que hace Perrotta es magnífica. El personaje es cínico, da discursos plagados de lugares comunes en los que habla de sus sentimientos cuando evidentemente lo único que la rige es la frialdad y el cálculo. Sus expresiones y sus aires de superioridad marcan una distancia insalvable entre ellas y las empleadas de limpieza.

El cambio representado por la nueva directora.

La película transcurre entre oficinas ubicadas en sótanos, depósitos sucios y pasillos oscuros, que junto con la tenue música que acompaña la película, construyen un mundo fácilmente asimilable a lo que se puede imaginar de una dependencia burocrática del Estado. En el desenlace lo climático pierde cierto peso frente a lo argumental. Se puede, a partir del final, elaborar una moraleja sobre la unión de los pares y las consecuencias de estar separados, o separadas en este caso, frente a otro nuevo y extraño que viene a realizar un cambio. Lo individual prima sobre lo colectivo y la búsqueda de la supervivencia puede llevar a todos al desastre.

Afiche de la película (2019).

La película está disponible (a veces) en Cine Ar Play, aquí o escribiendo a elgolocine@gmail.com.

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