¿Al público hay que darle lo que quiere?

El director Alejandro Amenábar irrumpió en la escena cinematográfica en 1996 con su película Tesis, que renovó las propuestas del thriller español con ideas innovadoras, muy buenos planos, un ambiente tenso y muchas citas cinéfilas.

Por Nicolás Bianchi

Lo que hizo de Tesis una muy buena película en el debut del director Alejandro Amenábar, hace ya casi 25 años, es un planteo sólido y sostenido durante todo el largometraje en el que los significados de la historia que cuenta envuelven tanto las acciones como los meta mensajes sin caer en una contradicción fácil. En otras palabras, no hace falta mostrar para hablar de violencia extrema, perversiones y demás cuestiones que podrían resultar desagradables a la vista de cualquier espectador. No por eso se va a dejar de lado el morbo como combustible de la curiosidad.

Tal es lo que sucede en la primera escena, mientras se interponen los títulos, con Ángela (Ana Torrent), una joven estudiante de Comunicación que se siente atraída por el cuerpo destrozado de un suicida en el metro de Madrid. A pesar de las advertencias de los guardas, que piden a todos los pasajeros que dejen la estación, la mujer se acerca a la parte delantera del tren pero cuando está por llegar al borde de la plataforma un oficial la toma del hombro y le indica la salida. Hay morbo pero también hay pudor.

Ángela y Chema buscarán desentrañar el mundo del snuff en la Universidad de Madrid.

Ese tono de suspenso e intriga por lo ominoso va a ser sostenido con buen pulso por Amenábar durante toda la película. Ángela, ya en el último tramo de su carrera, presenta una proyecto para estudiar, desde una perspectiva científica, la difusión de videos con imágenes de extrema violencia. Para conseguir material de ese tipo y poder analizarlo se pone en contacto con Chema (Fele Martínez), un nerd cinéfilo que guarda en su departamento todo tipo de casetes de VHS y souvenirs del cine de terror de los 70s y 80s.

Anacrónicamente se puede decir que la habitación de Chema se asemeja a lo que es hoy la deep web de internet, con videos que son, o recrean, asesinatos y torturas en vivo y en directo. ¿Pero de dónde sale todo este material que no se consigue por vías legales? En paralelo, Amenábar muestra las catacumbas universitarias en las que se guarda una colección de películas de snuff. El profesor que lleva la tesis de Ángela, el veterano Figueroa (Miguel Picazo), encuentra uno de esos videos pero muere al verlo porque su corazón no resiste la violencia de lo que se muestra en la pantalla. Su alumna lo encuentra a él y a su material y comienza, de esta manera, una investigación que la va a llevar a perseguir la verdad y a ser perseguida también, con el personaje de otro estudiante, Bosco (Eduardo Noriega), en el centro de las sospechas.

Las virtudes de las películas son varias. En principio su estructura es sólida y sus planteos quedan claros desde la primera escena. Los personajes no son unidimensionales, tienen matices. Si bien Ángela es concebida como una heroína, y es desde su punto de vista que se narra la película, convive con un costado morboso y, por momentos, ingenuo, lo que la hace caer en trampas, dudar. Su camino es interesante, zigzagueante. Lo mismo se aplica para Chema y Bosco. No es menor la originalidad del tema, ya que no era frecuente hablar de snuff en el momento en que la película fue estrenada. Es más, Tesis sirvió como ‘inspiración’ para la también célebre en su momento 8 mm (1999), de Joel Schumacher. En realidad, lo que parece haber hecho el recientemente fallecido director, es una reversión del film para el mercado estadounidense, con Nicolas Cage y en Los Ángeles en vez de Madrid.

Bosco, la amenaza de la protagonista. Detrás siempre hay afiches de películas, referencias y citas cinéfilas.

En cuanto a lo técnico, Amenábar elabora muy buenos planos para contar su historia. Son especialmente destacados los de una conversación que mantienen Ángela y Bosco, en el que se transmite la amenaza que él significa para ella. Las escenas de persecuciones en la facultad y sus sótanos dan una sensación claustrofóbica constante. Quizás la música extra diegética sobrecargue demasiado ciertas secuencias, aunque también podría considerarse como un rasgo de la época. Lo que a la vista aparece más precario son el puñado de escenas de acción que necesita el film para resolver algunos nudos.

Es como si el director no les hubiera prestado la suficiente atención para resaltar que lo que se esconde es tan importante como lo que se muestra. El público no necesita ni violencia extrema, ni un entretenimiento sumamente liviano y digerible para ser cautivado, parece decir Amenábar. Es más, se puede hacer una muy buena película sobre asesinatos y torturas filmadas sin mostrar, prácticamente, una gota de sangre.

Afiche de la película (1996).

Quienes estén interesados en la ópera prima del prestigioso director pueden dirigirise por aquí

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